Me levanté a la una de la tarde, si no hubiera sido por la nota que estaba pegada en mi lámpara, hubiese seguido durmiendo hasta quizás que hora (el verano me hace soñar de noche y dormir tan sólo en el día). Entré al baño y ni siquiera me miré en el espejo, hace días que venía odiando mi cabello y mis ojeras, que no resultaban combinar con mi siempre desabrida piel, tan sólo me apresuré a lavarme el rostro.
Me senté en la silla donde acostumbro a comer todos los días, la comida me resultó más deliciosa de lo normal, suponía yo que era todo culpa de la nota. Estuve más de una hora desparramando la ropa en mi armario, ya que para mi pesar, nada de lo que había me resultaba apropiado para la ocasión. Finalmente me puse lo mismo de siempre, el espejo sin ganas me sonreía.
Tomé la micro, y ni siquiera me fijé en el saldo de mi tarjeta, lo único que añoraba era llegar a la hora... llegar.
Tomé el metro, y me fui todo el camino con el temor de encontrarme contigo antes, y no en el lugar donde habíamos acordado. Mis manos sudaban, y me atemorizaba el hecho de que la gente me mirara, ya que posiblemente les causaba gracia algún defecto físico que yo poseía. Necesitaba un espejo.
Finalmente llegué al lugar, subí con ansias, y ya las miradas de la gente me causaban gracia. ¡No estabas!
Procuré que las lágrimas no cayeran, las quise guardar para otra ocasión, me senté, porque tenía la esperanza de que llegarías.
Una de las cosas que no soporto es estar en la estación de metro, rodeada de gente igual de solitaria que yo, todos esperando la llegada de aquel ser que de alguna manera vendrá a ser parte de tu vida, aunque sea unos minutos. Lo peor es cuando llega esa persona esperada por los demás... pero no por ti, tú sigues ahí sola y con unas ganas incontenibles de tirarte a los pies de tu amo (o en mi caso, a los pies del metro-tren).
Me sabía de memoria mis zapatillas, ya que el tiempo avanzaba y lo único que sabía hacer era mirarlas, con la cabeza agacha, el corazón afligido, las mil y una justificaciones que por estimación te inventaba, y las mil y una palabras de odio que te escribiría, cuando mis chuecos dedos pudieran hacerlo (hace tiempo que me cuesta escribir).
- Señorita tiene fuego.
- No tengo.
- Se nota.
Una mirada aveces puede significar más que un proverbio entero, y yo supuse por ellas (aunque no tuvieran nombre) que ya era hora de emprender mi retirada. Salí de la estación con rumbo desconocido, miré una rama de un árbol y a los cinco minutos ya tenía hecha la estaca, pero temí, recordé que aún había una enorme cantidad de cosas por hacer y que no serían hechas a corto plazo.
Aún creía verte llegar, es por eso que ni lo pensé y llegué a ese lugar, ese mismo. Me senté un rato en la banca, esa misma, esta vez no hubo ave que me aterrorizara,ni caballos poco esbeltos, sólo yo y la estaca de juguete.
- ¿Por qué tan sola?
- No gracias, no me lo recuerde.
Con la imaginación (hermosa palabra) me dibujé un algodón de azúcar, ese que siempre espero, con la mirada lo devoré, así como suelo devorar corazones. A propósito de corazones, cuando caminaba hacia ese lugar (ese mismo) pasé por una tienda donde vendían corazones nuevos, me escandalicé un rato, porque no podía creer que existiese un negocio con eso, ¡vender corazones, siendo que yo los regalo! Me tenté de comprarte uno, ya que el que te regalé al parecer no te gustó, pero así como no me fijé en el saldo de mi tarjeta, también olvidé que yo no suelo salir con dinero (ódienme).
- Disculpa, ¿Dónde venden corazones?
- Por la calle que sigue, pero si quiere me encarga uno...yo los regalo.
- No gracias, me dijeron que tú los regalabas desgastados.
- ¡Son recargables!
Atardecía y yo seguía sentada en esa banca, al desaparecer el primer plumífero supuse que ya era tarde, que tú no llegaste y que no ibas a llegar. Corrí despavorida, y más que odiarte a ti, odiaba aquella nota que pegué en la lámpara, la que me desesperaba todas las mañanas. Me sentí fea y utilizada, pero al rato me sentía bendecida, cómo cuando jugué a ser madre y no me dejaron, o cuando pretendí ser querida y al final fui olvidada (la cómica es aquella cuando quise ser odiada y resulté ser un amado calvario).
Subí a la estación de metro y ni siquiera una alta temperatura en la línea 5 un día de enero, me hizo dejar de pensar en que podía estar haciendo en ese preciso momento, que no te encontrabas a mi lado cómo yo había acordado (tú no).
Odio y problemas respiratorios me hicieron detener un rato el aire que me quitaste inconscientemente, cuando derrepente miro hacia un lado... había un espejo. Con miedo me acerqué procurando pasar desapercibida entre la gente que me rodeaba. Me veía hermosa, lindos pantalones rojos, linda polera azul, lindo pelo el que adorna mi cabeza, lindos ojos. Sonreí, no cabía más felicidad dentro de mi corazón cuando me di cuenta de que podría volver a escribir, tal cómo lo añoraba hace tanto tiempo. Palabras, frases, relatos, moralejas, mil cosas pasaban por mi cabeza y cada una me ponía más contenta. Me amaba, me encontraba preciosa, sabía de lo que era capaz, que no era una pendeja de mierda, que me merecía todo el tiempo del mundo, que tenía que ser la única, que una comida sin versos... no era comida, y que escucharme tenía que ser música para mis oídos (tarde, pero lo comprendí). Llegué a mi casa, me fui a recostar a mi cama, hacía tanto tiempo que ansiaba recostarme y dormir cansada.
Si no fuera porque escribí esa nota y la pegué en mi lámpara, no hubiera recordado que ese día debía juntarme contigo, que me reflejaba en tus palabras bonitas, y que durante el tiempo que te consideré casi mío no necesité de espejos para sentirme bien. Hoy con o sin ellos, sé quien soy, aveces lo lamento pero logro asumirlo, no creas que no me tienta verte y que me hagas sentir aún mejor, pero por ahora lo dejo así, rompo aquella nota, cómo quien quiebra un espejo (prefiero los siete años de mala suerte).
Una de las cosas que no soporto es estar en la estación de metro, rodeada de gente igual de solitaria que yo, todos esperando la llegada de aquel ser que de alguna manera vendrá a ser parte de tu vida, aunque sea unos minutos. Lo peor es cuando llega esa persona esperada por los demás... pero no por ti, tú sigues ahí sola y con unas ganas incontenibles de tirarte a los pies de tu amo (o en mi caso, a los pies del metro-tren).
Me sabía de memoria mis zapatillas, ya que el tiempo avanzaba y lo único que sabía hacer era mirarlas, con la cabeza agacha, el corazón afligido, las mil y una justificaciones que por estimación te inventaba, y las mil y una palabras de odio que te escribiría, cuando mis chuecos dedos pudieran hacerlo (hace tiempo que me cuesta escribir).
- Señorita tiene fuego.
- No tengo.
- Se nota.
Una mirada aveces puede significar más que un proverbio entero, y yo supuse por ellas (aunque no tuvieran nombre) que ya era hora de emprender mi retirada. Salí de la estación con rumbo desconocido, miré una rama de un árbol y a los cinco minutos ya tenía hecha la estaca, pero temí, recordé que aún había una enorme cantidad de cosas por hacer y que no serían hechas a corto plazo.
Aún creía verte llegar, es por eso que ni lo pensé y llegué a ese lugar, ese mismo. Me senté un rato en la banca, esa misma, esta vez no hubo ave que me aterrorizara,ni caballos poco esbeltos, sólo yo y la estaca de juguete.
- ¿Por qué tan sola?
- No gracias, no me lo recuerde.
Con la imaginación (hermosa palabra) me dibujé un algodón de azúcar, ese que siempre espero, con la mirada lo devoré, así como suelo devorar corazones. A propósito de corazones, cuando caminaba hacia ese lugar (ese mismo) pasé por una tienda donde vendían corazones nuevos, me escandalicé un rato, porque no podía creer que existiese un negocio con eso, ¡vender corazones, siendo que yo los regalo! Me tenté de comprarte uno, ya que el que te regalé al parecer no te gustó, pero así como no me fijé en el saldo de mi tarjeta, también olvidé que yo no suelo salir con dinero (ódienme).
- Disculpa, ¿Dónde venden corazones?
- Por la calle que sigue, pero si quiere me encarga uno...yo los regalo.
- No gracias, me dijeron que tú los regalabas desgastados.
- ¡Son recargables!
Atardecía y yo seguía sentada en esa banca, al desaparecer el primer plumífero supuse que ya era tarde, que tú no llegaste y que no ibas a llegar. Corrí despavorida, y más que odiarte a ti, odiaba aquella nota que pegué en la lámpara, la que me desesperaba todas las mañanas. Me sentí fea y utilizada, pero al rato me sentía bendecida, cómo cuando jugué a ser madre y no me dejaron, o cuando pretendí ser querida y al final fui olvidada (la cómica es aquella cuando quise ser odiada y resulté ser un amado calvario).
Subí a la estación de metro y ni siquiera una alta temperatura en la línea 5 un día de enero, me hizo dejar de pensar en que podía estar haciendo en ese preciso momento, que no te encontrabas a mi lado cómo yo había acordado (tú no).
Odio y problemas respiratorios me hicieron detener un rato el aire que me quitaste inconscientemente, cuando derrepente miro hacia un lado... había un espejo. Con miedo me acerqué procurando pasar desapercibida entre la gente que me rodeaba. Me veía hermosa, lindos pantalones rojos, linda polera azul, lindo pelo el que adorna mi cabeza, lindos ojos. Sonreí, no cabía más felicidad dentro de mi corazón cuando me di cuenta de que podría volver a escribir, tal cómo lo añoraba hace tanto tiempo. Palabras, frases, relatos, moralejas, mil cosas pasaban por mi cabeza y cada una me ponía más contenta. Me amaba, me encontraba preciosa, sabía de lo que era capaz, que no era una pendeja de mierda, que me merecía todo el tiempo del mundo, que tenía que ser la única, que una comida sin versos... no era comida, y que escucharme tenía que ser música para mis oídos (tarde, pero lo comprendí). Llegué a mi casa, me fui a recostar a mi cama, hacía tanto tiempo que ansiaba recostarme y dormir cansada.
‘‘Lunes, juntarse con él .’’
Si no fuera porque escribí esa nota y la pegué en mi lámpara, no hubiera recordado que ese día debía juntarme contigo, que me reflejaba en tus palabras bonitas, y que durante el tiempo que te consideré casi mío no necesité de espejos para sentirme bien. Hoy con o sin ellos, sé quien soy, aveces lo lamento pero logro asumirlo, no creas que no me tienta verte y que me hagas sentir aún mejor, pero por ahora lo dejo así, rompo aquella nota, cómo quien quiebra un espejo (prefiero los siete años de mala suerte).
Martes 13 de Enero, 2009.
1 Menstruaciones dolorosas:
Amé tu texto.
Yo también soy ornitofóbica.
Publicar un comentario